CONTRA LA MERCANTILIZACIÓN DEL SIDA: EL CAPITALISMO ES LA PANDEMIA.
Hoy es 1 de diciembre y todos, en un inconcebible ejercicio de contorsionismo, nos retorceremos sobre nosotras mismas para darnos una palmadita en la espalda recordándonos que sí, que aunque sea una vez al año, luchamos contra el SIDA.
Si entendemos la guerra contra el SIDA desde un punto de vista aislado, desvinculado de cualquier otra lucha, nos puede parecer incluso suficiente, un día al año. Pero para nosotras el SIDA no es más que una causa de marginalidad más, consecuencia de un sistema que solo funciona excluyendo y manteniendo fuera a los desheredados, a los desafortunados, a los ninguneados. Porque la situación vital de miles de personas con SIDA depende de las negociaciones entre las farmacéuticas transnacionales y los estados, creemos que el SIDA es una razón más para denunciar este sistema injusto e inhumano, que da prioridad al capital, y abandona a las personas. Los intentos de abaratar los tratamientos de antirretrovirales son atacados por los departamentos de patentes de las farmacéuticas, que consideran que los derechos de propiedad intelectual de sus empresas tienen más valor que el derecho a una vida digna de las personas afectadas de SIDA.
Los gobiernos, por su parte, no destinan fondos a la investigación de estos tratamientos, dejando en manos del mercado y de la ley de la oferta y la demanda la mejora de las condiciones de vida de los/as afectados/as.
Al mismo tiempo, aprovechan esta crisis financiera actual para justificar el descenso de los ingresos de los estados ricos en el Fondo de lucha contra el SIDA, argumentando que los estados no tienen dinero para curar enfermos no occidentales, aunque sí para llenar las arcas de los banqueros y curarles de esta crisis tan mala. Si pensamos en la prevención de los contagios, el panorama no mejora. Mientras las creencias fundamentalistas cristianas o islámicas siguen luchando por la propagación del SIDA y en contra del uso del preservativo, las mismas farmacéuticas que lamentan el descenso de los precios de los antirretrovirales en los países en vías de desarrollo, se frotan las manos por el aumento de contagios en Occidente.
Desde el punto de vista del capital y los intereses empresariales, que la gente se ponga condón es un mal negocio para las grandes farmacéuticas, que se embolsan millones cada año en pago por los tratamientos dispensados en farmacias y hospitales del primer mundo, a precios desorbitados e injustos.
Y por último, no nos da la gana olvidar que en todas estas vueltas de cordón que nos someten a la marginalidad, la homofobia nos apreta, a nosotros, aún más. Los maricas, los bujarras, o simplemente, los hombres que se acuestan con hombres aunque no se reconozcan como gays, siguen sin ser objeto de campañas de prevención que nos recuerden que nosotros no podemos vivir sin nuestras vidas.